A veces, cuando sé que nadie mira. Cuándo en la madrugada pierdo insomne la batalla contra el sueño, cuándo el rechazo de Morfeo me hace caminar en círculos en esta casa vacía, y cuàndo no encuentro otra cosa que hacer: escribo.
Sé que duele, joder si duele, a veces veo la hostia venir de lejos e intento, iluso, protegerme. Otras, me envuelve como un tsunami y me dejo ir, y escribo, en ese corto momento en que sé que la frenada será contra las rocas.
Vas a dolerme.
Vas a despertar cicatrices. Vas a volver a romperme la piel y sangrarme el alma. Vas a ser una banda sonora en el descenso a la locura. Pero qué bonita te ves subida en esa ola.
Ahora te sientes desastre. Y lo eres, pero a mis ojos, eres un desastre natural.
Eres fuego, capaz de arrasar campos, ciudades y bosques, y sin embargo, me calientas con cuidado.
Eres una inundación en mi mirada, y me seduzco cada día al verte. Eres viento. Un huracán cuando juntos deshacemos la cama.
Eres un terremoto en mi cuando río contigo, eres un rayo que ilumina el camino, y eres ese espacio de tiempo contando los segundos para llegar al trueno y calcular la distancia a la tormenta.
Y calcular
la distancia
a la tormenta.
Y aquí estoy, en un velero tan pequeño que no puedo llamar libertad.
Dándo un pequeño respiro.
Y con dos huevos.
Poniendo rumbo a la tormenta.
Y si me hundo.
Hacerlo con gusto.