Besos que disipan dudas

No me hizo falta abrir los ojos para saber que estaba ahí, su calor me envolvía , noté su pelo sobre mi hombro y el calor de su mejilla sobre mi pecho. Dormía, con su brazo abrazándome y con una mueca placentera que delataba comodidad, no me atreví siquiera a darle un beso por temor a despertarla. Me quedé mirándola, y era extraño. ¿Cómo, sin hacer nada, podía hacerme sentir así? ¿Y cómo me siento? ¿Por qué no se explicarlo? Es extraño, sin duda fui víctima de la complicidad, del cariño, del deseo, y del loco romanticismo que me pierde, pero ¿qué puede ocurrir? ¿Acaso se antoja algún camino con un leve atisbo de luz?

El miedo y la desconfianza, al igual que un río erosiona una montaña, rasgaban poco a poco la sensación de libertad que antaño sentía al recorrer los ojos de la gente, me sentí vulnerable, frágil, indefenso, desvalido … débil. Ajeno a lo que permanecía lejos de mi, ajeno en ese momento a todo lo que permanecía fuera de los límites de esa cama que en ese momento compartíamos. Estaba yo, estaba ella. No habías reglas, ni escudos y una sinceridad abrumante caldeaba el ambiente causando temor, era realmente extraño.

Me sorprendí mirándola, y sonreí. Yacía en mi la sensación de que no eramos extraños, de que no nos acabábamos de conocer, que había algo lúgubre que dilataba el tiempo y hacía que los segundos valiesen por horas. El pánico a ese jarro de agua fría que sería despertar del ensimismamiento al que quedé sometido me impedía hablarlo con ella. Mantuve pues mis pensamientos encerrados en una espiral que muy probable me consuma lentamente. Tal vez pudiera ser, que la conexión que sentía con ella fuera a causa de la ignorancia, resultado que haría que la idea de presentar batalla a pro de ello fuera poco atractiva. Pero quizá fuera más que eso, lejos de misticismos e improperios del destino, me hacía sentir de una forma que creo que no recordar haber sentido tan precozmente en el pasado, me hacía sentir vivo saber que hay gente como yo, pero a la vez distinta de un modo tan apasionado que merece la pena arriesgarse a conocer, arriesgarse al dolor. Dudé de mis dudas incluso, dudé de mi valor, de mi capacidad para mantener una pequeña llama viva. No sin su ayuda.

Quizá fuera justo esa duda la que hizo que en ese momento me estremeciera, y ella lo notó. Recorrió mi cuerpo con su mano hasta llegar a mi cuello, y suavemente guió mi boca hacia la suya, dándome un inocente beso que, ignoro el por qué, hizo huir todo miedo alejándolo de ese momento. Estaba ahí, estábamos juntos, no de la misma manera que dos enamorados comparten su primera noche, no, pero ambas cosas tenían esa singularidad de lo inexplicable en común. Ocurrió, se acabó el tiempo, quizá no haya más… tal vez sea el inicio, acaso pudo ser un error.

-Buenos días princesa. – Amanecí en simbiosis, compartiendo la mejor sonrisa de una mujer enredada en las sabanas.

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