Carta 32 al pequeño Kim

Otro cuento al pequeño Kim

Sonreí con tus primeros pasos
y lloré con la primera de tus palabras
porque desde que supe que te conocería,
fue también mi palabra preferida.

-Mamá

Te escribo porque creces rápido,
ya te encanta leer,
ya comienzas con tus preguntas,
y te mereces saber todas las respuestas.

Fue en el coche,
la conversación,
donde, con las manos entrelazadas
decidimos: -Se llamará Kim

Y fue, escondidos del granizo,
bajo la coraza del cañón Munaiz-Argüelles número 32,
de la antigua batería J3 de Monteferro
la primera vez que amordacé a mi voz,
para no gritar las ganas que tenía
de darle el primer beso.

A veces, todavía escucho el rugido,
y vuelvo a contenerme,
para no echar a correr,
en busca de aquellas ganas,
y evitar que se frenen,
convirtiendo así el granizo el niebla.

Pero no, ese día no fue el primer beso.
Ese, es sólo mio.
Y no quiero que se me escape.
Nunca.

Tendrás muchos primeros besos.
Disfrútalos.
Cada uno de ellos.

Y no la cagues.

Porque en eso,
no quiero que salgas a mi,
porque yo lo hice,
más de lo que debí hacerlo nunca.

Pero eso, te lo contaré en otra carta.
Porque si yo no hubiese sido un cobarde.
Quizá, al acabar esto,
iría a tu habitación,
a darte un beso,
de buenas noches.


Quizá.
Me metería en cama,
con tu madre,
con un «Te quiero»
de buenas noches.

Y sólo quizá…
Tendría a quien darle esta carta.
En vez de guardarla junto al resto,
en un cajón.

Otro caso real.



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