(7) Feliz, feliz cumpleaños.

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Capítulo séptimo

El agua fría del atlántico mojaba sus pies, al principio era incómodo, hostil, pero conforme aumentaba la cantidad de pasos lo hacía también la comodidad y gozó del tacto de la arena mojada. De vez en cuando alguna ola alcanzaba mayor altura y amenazaba con mojarle la ropa. No hacía mucho que había aprendido a disfrutar de esos paseos por la playa, a pesar de que fuese diecinueve de enero y que el día acabase de abrir, era su momento.

Los pensamientos surcaban por su mente como un velero enfrentándose al océano a merced de marejadas. Frenó, y miró al mar, a través del mar, más allá, al otro lado de la ría, y en sus pensamientos se quedó un buen rato. La playa estaba vacía. Custodiada por el museo del mar a su derecha, y una pasarela de madera en obras a su izquierda, otorgaba refugio en los días de invierno donde el viento viene extraño. Era su cumpleaños, y había salido a caminar. Llevaba un libro gastado en su mano. Ella.

Hoy. Hoy por hoy, después de todo lo ocurrido, puedo decir, prometo, que hubiera dado todo por estar en ese momento junto a ella, en esa playa, frente a ese mar, y compartiendo un feliz, feliz, cumpleaños. Pero no.

La casualidad nos había puesto también en la misma ciudad, yo no lo sabía, claro, y ella tampoco, y sin embargo …

Bajé al garaje con prisa, con el viejo apoyado en mi hombro tras amenezarlo con llamar a una ambulancia. Edelmiro había comenzado a toser y esputaba una sangre oscura que hizo que nos preocupáramos mucho. Había avisado a Flora, y su presencia cortó mi conversación con él.

Conduje lo más rápido que pude al hospital Álvaro Cunqueiro, no queda lejos de nuestro edificio, paré en la puerta de Urgencias, salí corriendo y conseguí una silla de ruedas para Edelmiro. Mientras lo ayudaba a montarse, me miró a los ojos con cara interrogativa, pero sin decir nada. No hizo falta, sabía perfectamente en qué estaba pensando.

-Flora, todo va a estar bien, no te preocupes, voy a aparcar el coche y os busco. – Sanitarios del hospital se llevaban a Edelmiro, le di un beso en la frente a ella, y los vi marchar.

Edelmiro, trabajó toda su vida de Carpintero, oficio que compaginaba con su pasión por el buceo, aunque no había salido apenas de Galicia. A pesar de estar jubilado, seguía teniendo trabajo dado a su maña, y lo hacía para mantenerse activo, y como él mismo decía: Sacarse unas perras, para vicios. El único vicio que tenía ya ese pobre hombre era irse de furanchos, acción que Flora no le reprochaba ya que a ella le encantaba, siempre jugaban al tute cabrón. Poco después de habernos conocido, un día, en las fiestas de San Blas le hablaron de un antiguo albergue que se encontraba prácticamente en ruinas, cerrado hace años, entre Redondela y Arcade. La pareja, con los ahorros de su vida, decidieron comprarlo. En ocasiones, para alguna cosa que requería unas manos extra, les ayudé.

Uno de esos días, cuando la estructura y el tejado de la casa estaban reformados, retirando todos los escombros que cubrían todavía el suelo de la planta baja, encontramos un tabla de madera atravesada, y al retirarla, un agujero nos condujo a una pequeña bodega que no sabíamos que existía.

Desde niños soñamos con encontrar habitaciones secretas. ¿Qué grandes tesoros nos aguardarían descendiendo aquellos toscos escalones?

Encendí la linterna del móvil, me armé con un palo para apartar de mi camino las telarañas, y bajé. No era muy grande, apenas tendría tres metros de largo y dos metros y medio de anchura. La habitación,oscura y mohosa, parecía un antiguo dormitorio sin más, pero hacía décadas que no se había abierto. Podía adivinar la figura de un colchón envuelto por el musgo y suciedad, aparte de eso solo había unos estantes, y una caja cerrada.

Reconozco que mi corazón se aceleró al acercarme a la caja. Intenté levantarla para subirla pero el peso era demasiado, así que decidí abrirla.

Una sábana amarillenta me impedía ver lo que se encontraba allí debajo, la aparté con cuidado y pude descubrír lo que escondía.

Libros, cientos de libros.

Me acerqué a la estantería, y encontré un viejo tintero volcado, un par de plumas ordenadas meticulosamente, y hojas con anotaciones en lo que deduje que era Francés, casi ininteligibles por el paso del tiempo. Velas a medio consumir, y lo que supuse que sería un pedernal, o un utensilio por el estilo con el objeto de encender fuego.

No había nada más. Al volver a subir me encontré con el rostro rejuvenecido por la emoción de Edelmiro, que en ese momento la intriga lo tenía sobreexcitado. Me hice el interesante por unos segundos hasta que, al contarle lo encontrado, la expresión del viejo mudó, pasando de emoción a una mueca extraña que bailaba entre el asco y la decepción.

-Merda – Se le escapó con acento gallego.

Cuando busqué a Flora en el hospital no me dejaban pasar.

– Sólo un acompañante, por favor – Me dijo educadamente la enfermera. Así que me senté en la sala de espera, saqué el teléfono y llamé a Flora.

El teléfono dió tonos, uno tras otro, pero Flora no contestó a la llamada. Pedí al personal que dieran el mensaje de que yo estaba en la sala de espera y pregunté por la máquina de café más cercana, el no haber dormido por la noche estaba afectando a mi concentración, así que, nervioso, saqué un café me lo tomé de pie, ahí, esperando.

Pasaron lo que a mi me parecieron horas, y yo seguía ahí, compañero inseparable de la máquina de café. No sé cuantos llevaba cuando al fin vi aparecer a Flora.

– Le han medido la saturación de oxígeno y la tenía muy baja, lo han intubado, y ahora está sedado y con oxígeno. Va a pasar todo el día en observación. – Me contó mientras me agarraba las manos, el miedo y la preocupación, hicieron que en sus palabras distinguese el acento cordobés de su pasado que ahora sólo le salía cuando estaba cabreada, o perjudicada por el alcohol. Intenté tranquilizarla, pero no parecía funcionar.

Decidió que pasaría el día allí con él, así que volví con ella a casa, llenó una bolsa con ropa, algunas cosas, y su teléfono móvil, que había olvidado con las prisas la primera vez. Insistí en llevarla, pero argumentó que no había dormido, y que estaba hasta arriba de café, y ganó la discusión. Le pedí un taxi, y subí por las escaleras a mi piso.

Necesitaba descansar, necesitaba hablar con Edelmiro, y necesitaba encontrar el libro.

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