(15) Hola. Papá.

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Capítulo décimoquinto

-¿Familiares de Edelmiro? – Preguntó una voz femenina que hizo eco en la sala de espera.

Un hombre se levantó y se pasó la mano por el pelo, una melena con el largo justo para sujetar un mechón canoso detrás de la oreja.

-Yo- Dijo el hombre.
-Ha despertado. Puede si quiere pasar a verle. Intente que no se altere, en su estado no debería. Está intubado pero se puede comunicar. – Dijo la mujer de bata blanca cuyo rostro delataba demasiadas horas de guardia.
-No se preocupe, no estaré mucho tiempo.

Caminó con pasos decididos, pero sin prisa. Había repasado aquella situación durante muchas veces los últimos días.

-Hola. Papá. – Saludó mientras trataba de disimular la náusea que le producía el tener que pronunciar esa palabra.

Edelmiro, que había ladeado la cabeza al ver que entraba alguien, torció de nuevo el gesto queriendo parecer indiferente. Se limitó a hacer un movimiento vertical con el mentón.

-Ha pasado mucho tiempo. – Comenzó – Me han llamado. – Tosió – La policía. Sí. He tenido que coger un avión, y venir aquí, al culo del mundo. Imagínate. Y todo por tu operación. Imagínate. – Repitió. Paseaba por la estancia sin mantener contacto visual, soltando el discurso ensayado. – He firmado consentimiento para no RCP, pero fíjate, aquí estás. Lástima. ¿Sabes? No pienso cuidar de ti. Ni voy a poner un céntimo para que nadie lo haga.

Se paró frente a la puerta de salida.

-He hablado con un vecino tuyo, ha estado viniendo en el horario de visita todos los días a verte. Se sentaba aquí y te leía un libro en voz alta, algo de barcos.

Dió la vuelta de nuevo y abrió el armario donde guardaban las pocas pertenencias que tenía Edelmiro cuando llegó, entre ellas la cartera. La abrió y sacó el DNI, anotando la dirección.

Tiró la cartera y carnet de mala manera dentro del armario y abrió la puerta.

-Por cierto, siento lo de Hortensia, Margarita… Rosa o como se llame. Supongo.

Dejó la puerta abierta y marchó. Sus pasos resonaron por el pasillo.

El corazón de Edelmiro comenzó a acelerarse y rápido la misma enfermera que había ido a la sala de espera entró a la habitación.

El hombre se sentó en su coche y puso la dirección que había encontrado en el carnet de identidad de Edelmiro en el navegador. Se encontraba cerca, el gps marcaba que estaba a sólo seis minutos. Arrancó y condujo hasta allí.

Decidió pasar por delante del portal antes de encontrar aparcamiento, lo encontró en el exterior del cementerio de Pereiró. Cerró el coche y salió de él, se planchó con la mano los laterales de la chaqueta del traje, hecho a medida, y comenzó a caminar hacia el portal que había visto minutos antes. Paró un segundo y decidió retroceder y activar la alarma del vehículo.

Apenas dos minutos a pie separaban a aquel hombre del portal al que se dirigía. Se paró delante de un paso de cebra y miró a ambos lados varias veces, cruzó pisando solamente las líneas blancas, algo que le obligaba a alargar las zancadas y que producía un aire cómico a quien pudiera observar la escena.

Se acercaba mediodía, y sería sencillo que, saliendo los niños del colegio, tarde o temprano algún vecino utilizara el portal para entrar o salir. El hombre buscó en su pantalón sus propias llaves y jugó con ellas mientras esperaba en el portal, fingiendo vivir en ese edificio. Una pareja de niños apareció corriendo, el mayor de ellos empuñaba una barra de pan como si fuese una espada, timbraron y tras un: -Soy yo- la puerta se abrió. Detrás de ellos entró el hombre mientras guardaba de nuevo las llaves.

Subió por las escaleras hasta el tercer piso, y buscó la letra de la vivienda: «A». Abrió una puerta antiincendios y una vez delante, apoyó la oreja en la madera buscando algún sonido. Nada. Pulsó el timbre desconociendo si alguien más viviría con su padre pero no obtuvo respuesta. Sacó una tarjeta de la cartera e intentó introducirla a través del canto de la puerta sin éxito. Intentó que la cerradura saltase dándole un golpe con el hombro, sólo se escuchó un golpe sordo.

En ese momento el sonido de unos pasos apurados por la escalera le hizo apartarse de la puerta e intentar recuperar la compostura, se arrepintió al momento de no haber cerrado la puerta antiincendios e impedir así que lo pudiera ver un vecino. Los pasos se escucharon cada vez más cerca y se frenaron a la altura del rellano, dirigir hacia allí la vista encontró la mirada de un hombre observándole, era el hombre con quien había compartido algunas palabras en la sala de espera del hospital. Se miraron a los ojos durante algunos segundos, se habían reconocido, y el segundo hombre continuó bajando con pasos acelerados por la escalera.

– Espera – Gritó el nombre de pelo canoso, pero los pasos continuaban alejándose y no obtuvo respuesta. Sacó el teléfono móvil e hizo una búsqueda rápida en google.
-¿Cerrajero? Buenos días. Me han quedado las llaves dentro de casa y necesito abrir una cerradura. ¿Sí? Perfecto, le envío la dirección. Aquí le espero.

Quince minutos más tarde entraron unos pasos acelerados en la habitación de Edelmiro. Apenas quedaban cinco minutos del horario de visitas pero la llamada de una de las enfermeras hizo que, tras una mañana muy atareada, tuviera que terminar rápido lo que estuviera haciendo. Edelmiro había despertado y alguien había ido a verlo, la misma enfermera había entrado tras la taquicardia del anciano había escuchado parte de la conversación, y tras una semana de compartir conversaciones sabía a quién tenía que llamar por teléfono.

El ruido al entrar despertó a Edelmiro, que abrió los ojos exageradamente como un intento de comunicación.

-Edelmiro. ¿Qué ha pasado? Me han llamado para decirme que habías despertado pero no pude venir antes. Ya estoy aquí. La enfermera me ha contado que han venido a verte. Un hombre apareció el día de tu operación. ¿Es tu hijo verdad? – El viejo asintió con la cabeza y su rostro se forjó una mueca de preocupación. – Escucha, te vas a poner bien, me lo han asegurado, no te preocupes. – Edelmiro giró la cabeza buscando por la habitación. En ese momento una mano se le posó encima de la suya y le apretó firme, lo miró a los ojos y no tuvo que decir nada más. Una lágrima se le deslizó por la mejilla.

Un sonido gutural se le escapó frágil, intentaba decir algo, pero era completamente ininteligible. Llamó a la enfermera a través del pulsador que se encontraba en la camilla de Edelmiro y tras poco menos de un minuto apareció la mujer por la puerta.

-¿Puedes conseguirme un papel y un bolígrafo? Intenta decirme algo. – Le dijo el chico.
-Sí, tengo aquí, toma. – La mujer sacó una pequeña libreta y un bolígrafo de uno de sus bolsillos y se lo entregó.

Con apenas la fuerza que le quedaba, y mientras le sujetaban la libreta, a pesar de la mala caligrafía debido a las circunstancias se pudo adivinar:

No dejes a Héctor entrar en casa.

-¡Mierda! Escucha. ¡ Nos vemos a la noche! Tengo que marcharme corriendo. ¡Te pondrás bien! – Tras darle un beso en la frente, David salió corriendo de la habitación.






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