4
Capítulo cuarto.
Esa fue la primera de muchas noches que pasé sin dormir
La AP 9 estaba prácticamente vacía, conduje hasta Vigo de forma totalmente automática, sinceramente, ni siquiera puedo recordar si me ha podido saltar un radar. No era ni siquiera consciente de lo que acababa de ocurrir. A la altura del puente de Rande miré hacia el mar, oscuro, pero calmo. Busqué las Islas Cies y no pude verlas a través de la noche.
Llegué a casa, cerré la puerta, y con permiso de Sabina: «El portazo sonó como un signo de interrogación».
Sentí que en las últimas horas mi propia vida cogía velocidad, directa hacia mi, y yo, sin poder moverme terminé completamente atropellado. Sí, me acababa de atropellar la vida, mi vida, y yo estaba de pie, en el pasillo de mi casa, soltando la mochila en el suelo y sin saber qué hacer con el aire que tenía en los pulmones. Olvidé cómo respirar.
Creeme, si estás leyendo esto, que en ese momento no era ni lo más mínimamente consciente de los acontecimientos que vendrían las semanas siguientes, los meses siguientes, los años siguientes. No podía imaginarme lo que me iba a ocurrir, lo que iba a vivir, ni las cicatrices que iba a portar conmigo el resto de mi vida.
Mi diafragma adquirió vida propia y exhalé. Dolía respirar. Pensé que mi vida se había terminado y no sabía, que acababa de nacer de nuevo.
Esa fue la primera de muchas noches que pasé sin dormir.
Necesité tener la mente ocupada.
Fui a la estantería del salón esquivando la mochila que seguía tirada en el pasillo y cogí del último estante todas las carpetas que allí tenía. Cogí también los libros que ya acumulaban polvo encima de la televisión y me llevé todo a la habitación que utilicé durante años de oficina. Coloqué todo como pude encima de la mesa y me senté. Hacía tiempo que no utilizaba esa silla y el respaldo se me hizo extraño.
No sabía ni por donde empezar, había perdido la ilusión en esa investigación hacía tiempo al encontrarme con un callejón sin salida, me había comenzado a centrar en otras cosas y … bueno, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Lo había dejado todo sin intención de volver.
Abrí la carpeta que ponía Nemo, nemo es una palabra con origen en el latín que significa nadie.Y le había puesto ese nombre a falta de nombre alguno que ponerle al proyecto. En ella había fotos, videos, referencias, artículos, copias y extractos de cuardenos de bitácora y todo lo que había podido juntar en los últimos años.
No supe qué hacer. Cerré la carpeta, abrí el explorador y puse una recopilación de las bandas sonoras de Hans Zimmer en youtube. No sabía que ese día, las dos horas y seis minutos que duraba el vídeo, sonarían, sin darme cuenta, varias veces en bucle.
Me mente viajó horas atrás y comencé a recordar todo lo que había pasado en aquel avión.
-Whoa – Dije para mi en voz alta.
Localicé mi tarjeta de embarque en la bandeja del correo electrónico y busqué el código de mi vuelo.
VY8223.
-Claro, veintitres – Dije en voz alta con tal rintintín que mi voz me resultó excesivamente irónica.
Tenía que encontrarla.
Así que hice lo que siempre hago cuando tengo que centrarme en algo importante. Me levanté y fui a la cocina a hacer café. Mucho café.
Sólo sabía su nombre, y el aeropuerto donde se bajó. Me entró el miedo. ¿Sería una escala? No. ¿Quién hace escala en santiago? No tenía acento gallego. Mierda. Sólo sabía su nombre. «Ese» nombre.
Me estaba mintiendo a mi mismo. No sólo sabía su nombre. En ese momento no me daba cuenta, pero en mi hipocampo se había guardado una copia exacta de su sonrisa, de su olor, de su mirada, de su entrecejo fruncido, de su sonrisa, de sus colmillos afilados, de su manicura francesa, de su tobillo, del tipo de letra del único tatuaje que le había visto, de su sonrisa, de la temperatura de su mano cuando me arrancó el libro. – ¡El libro! – Del tacto de la llema de sus dedos, del calor de su aliento, del suavizante de su ropa, del tono agudo de su voz, de que ella toma el café con dos azucarillos, del último momento en que la vi, y sus ultimas palabras. «Confía en mi» mientras metía algo en mi mochila.
Y de su sonrisa
-¡La mochila! – Derramé parte del café por la encimera y dejando la taza a medio llenar di un salto hacia el pasillo. – Metió algo en mi mochila –
Tarde segundos en volcar la mochila y tirar todo por el suelo del pasillo de la entrada. Pero lo reconocí al instante.