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Capítulo noveno.
Mi primera vez fue asombrosa.
A pesar del frío, me encontraba semidesnudo. Era un día soleado. No duré mucho, la verdad, me hubiera gustado haber aguantado más, pero por suerte repetí muchas veces. En cuanto vi su silueta enfrente de mi no pude hacer otra cosa que dejar escapar el aire y subir a superficie. Tardé unos segundos en identificarlo, era un barco hundido.
Era el barco hundido. ¿Cuál? En aquella época no lo sabía. Sólo había escuchado hablar de él a un pescador submarino que me había encontrado un día de casualidad y que me indicó que en él se pescan sargos de dos kilos. A día de hoy todavía no me he encontrado un espárido de tal tamaño ahí.
Debía tener 13 años de edad, un traje de surf de manga corta que me quedaba 2 tallas grandes, un fusil sporasub murena de 40 centímetros con punta trípode que me convertía en el hazmerreir de la vida acuática, y muchas ganas de comerme el mundo.
Recuerdo que cada vez que entraba en el mar, lo hacía con la total convicción de que iba a regular el ecosistema submarino con la tremenda pescata que iba a hacer. Rara vez pescaba algo. Suerte si ese día no me había rascado, clavado alguna púa de erizo, o salido con hipotermia. Pero ahí estaba yo, delante de una estructura que en su momento me parecía colosal, y que a día de hoy, cuando puedo, todavía la disfruto con admiración.
1978. Había sido un naufragio sin víctimas a 200m de la costa. Todavía quedan muchos restos esparcidos por la zona y una parte estructural que permite penetrar y que, desde dentro, presenta unos contraluces preciosos.
Esa fue la primera vez que vi, en persona, un barco hundido. Todavía sigo siendo aquel niño cuando buceo en alguno.
Lo más largo de mi trayecto al Álvaro Cunqueiro fue desde el aparcamiento hasta la sala de estar para familiares. cerca de donde se encontraba Edelmiro. Estaba estable, despierto, pero tal como me había dicho Flora, lo mantenían intubado para asegurar la ventilación por la vía aérea.
Flora me miraba, y vi su preocupación.
-¿Has hablado con el médico?- Pregunté.
-Todavía no, tienen que hacerle pruebas. – Susurró, evitando que Edelmiro pudiera escucharnos.
Eran casi las dos de la mañana, hacía ya dos días que no dormía y sin embargo no tenía ni un ápice de sueño. Flora dormitaba en el sillón que tenía reclinado en ese momento y no teníamos noticias del médico.
Revisé mi teléfono, tenía un whatsapp de Rubén. Otro audio.
Vale, espero que esté todo bien.
Es una pena, le estuve hablando de ti, y de lo que haces, a esta chica y me dijo que te quería conocer. Te la tengo que presentar, es super simpática, pega contigo, yo lo veo. ¿Eh? Y podemos hacer planes de pareja super guays. En serio. Te la voy a dejar en bandeja, ya verás. Le voy a decir que tienes una buena pirola. Es la mujer de tu vida, fijo. ¡Rubén! No le digas eso, que vergüenza, te mato.
No pude evitar reirme al escuchar de fondo esa voz fememina amenazando a mi amigo. Hubiera estado bien que esa chica le diese una colleja. No estaba yo para mujeres. Volvió a pasar por mi cabeza el vuelo París – Santiago, y divagué, hasta que un ajetreo de personas pasando rápidas por el pasillo me trajo de vuelta al presente.
El repentino movimiento cerca de la sala hizo a Flora despertarse. Se estaban llevando Edelmiro en camilla.
Se encontraba estática, se había quedado de pie en el pasillo mirando fijamente a la puerta de la habitación de su marido que se había quedado abierta. – Calma – Me dije en voz baja. Vendrá alguien a decirnos algo. Invité a Flora a sentarse, que lo hizo de forma automática, sin siquiera levantar la vista del suelo y sin decir nada.
Pasaron los minutos, no sé cuantos, y seguíamos sin tener noticias. Miré la hora en el móvil, ya pasaban de las tres de la mañana, tenía notificiaciones de whatsapp: Rubén, intuí, pero no abrí la aplicación para ver los mensajes.
Fui a por café. Capuccino con avellana. Uno de esos placeres de máquina expendedora de café y el primer sorbo me hizo recordar los tiempos en los que estudiaba en el CUVI. Está malísimo.
– ¿Familiares de Edelmiro? – Dijo una voz seria
Me levanté, y fui hacia Flora, que no había escuchado la llamada.
-Flora, familiares de Edelmiro – Señalé hacia la persona que nos llamaba – Ven.
Era una mujer morena, de pelo corto, rondaría los 50 años. Miró a Flora, y luego hacia mi.
-¿Son los familiares de Edelmiro? – Preguntó. «No, estoy aqui por hobbie» pensé en decirle. – Sí, es la mujer. Flora. – Dije finalmente. Una simple mirada de la mujer me hizo darme cuenta que quería que me fuese para hablar con Flora en privado, hice un ademán de retirarme pero Flora me agarró del brazo.
La conversación no duró mucho.
– Flora, tienes que ir a casa, tratar de descansar, aquí no haces nada y el horario de visita no empieza hasta la una de la tarde. Vámonos. – Flora seguía sin decir nada, pero, por lo menos hacía caso a las indicaciones. En ese momento simplemente existía, totalmente en autománico, haciendo caso a indicaciones. La lleve a casa, eran las casi 5 de la mañana ya.
-Ten el teléfono con sonido, si te llaman, por lo que sea, me avisas. A las 12:30 te recojo, y te llevo al hospital. Trata de descansar, túmbate por lo menos. ¿Vale? Todo va a estar bien. – La abracé al terminar mi pequeño monólogo y subí por las escaleras a mi piso.
Era la segunda vez en 48 horas que el cerrar de la puerta me aislaba del mundo exterior, y sentí de pronto como me rodeaba el silencio. No era paz, no. Me sentía en el centro de un huracán sin saber cuanto tiempo me quedaba para enfrentarme a la tormenta. Fui hacia la cama y me encontré en la mesilla de noche ese pequeño bote de perfume que había encontrado en la mochila.
Lo abri, y mojé mi muñea izquierda. Resulta ser cierto que el mismo perfume huele diferente según la persona que lo usa, pero por un segundo la sentí cerca. Creí que así podría conciliar el sueño durante unas horas, pero no. La cabeza me daba vueltas, el corazón se me aceleraba, y empecé a tener sudores fríos. ¿El café? Estuve tumbado hasta que vi nacer el sol por la ventana y empezaba a tener un dolor de cabeza que no me dejaba concentrarme. Decidí darme una ducha fría.
Intenté aclarar mis pensamientos, pero el coctel que tenía en mi cabeza no tenía sentido. Giré el grifo hacia la derecha, buscando despejarme con el agua más fría posible, dejé de notar la temperatura y me concentré en notar el agua recorriendo mi piel. Traté de no pensar.
Estaba haciendo todo lo que podía hacer en ese momento. ¿No? No podía hacer nada más. No había nada más bajo mi control, tenía que estar tranquilo. Tenía que estar tranquilo, pero no lo estaba.
Salí de la ducha, me enrollé en la toalla y volví a tumbarme en cama, cerré la persiana, eran ya las nueve y veinte de la mañana y tenía que obligarme a dormir. Apagué la luz, y pude darme cuenta de que en mi teléfono móvil una luz parpeadaba, lo desbloqué y pude ver:
(3) Llamadas perdidas.
Número oculto.