¿Quieres casarte conmigo?

Cuando te despiertas en mitad de la noche y te descubres pensando en ella, sabes que algo está pasando. Cuando poco a poco vas haciéndola parte de tu vida, cuando cada vez ves que tratas de incluirla en tus planes, cuando buscas tiempo para ella. Empiezas a querer detener el tiempo cuando hablas con ella, las canciones empiezan a tomar otro sentido y cualquier detalle tonto consigue hacer temblar cada pelillo de tu cuerpo.

Cuando descubres que tu vida ha tomado otro sentido, y más aún, cuando descubres que tu vida ha encontrado el sentido que estabas buscando, con una persona que estabas buscando, tienes miedo. Sí, miedo, porque las cosas se ponen demasiado serias.

  ¿Pero cual sino? ¿Cual sino el miedo, es el indicador de que empiezas a hacer las cosas bien?
«-Prométeme que estarás ahí. Prométeme que estarás siempre ahí.»  

– ¡David! ¿Has visto? ¡Ha botado seis veces! – Dijo ella mientras cogía otra piedra.

No, no lo había visto, sin embargo me había quedado maravillado por como aquella mujer disfrutaba con ilusión lanzando piedras en la playa, haciendo que rebotaran sobre las olas. Dejaba a mi mirada jugar a seguirla por la orilla mientras ella buscaba, no sé cuantos minutos han pasado desde que me senté a verla, pero sé exactamente como ha sonado cada una de sus risas mientras disfrutaba, sé como hemos luchado cada uno de estos años, y sé, porque lo sigo viendo, como se levanta con la misma ilusión que el primer día, regalándome esa preciosa mirada que me hace tan feliz.

Hoy habíamos decidido que cogeríamos el día sólo para nosotros, nos levantamos temprano para aprovechar el día, y nos pasamos el día como dos quinceañeros enamoradizos, recordando los lugares en los que había empezado nuestra historia. Nos duchamos juntos, fuimos a desayunar juntos, fuimos a la piscina, recordamos viejos tiempos en los vestuarios, comimos en en el restaurante donde hacía ya varios años solíamos ir cada jueves, luego dimos un paseo terminando por tomar el sol en nuestra calita. Y allí estábamos, en el mismo lugar donde habíamos visto el primer anochecer.

La vi girarse y venir hacia mi, con una sonrisa picarona dibujada en su rostro.

-¿Tú ves normal dejar a tu novia sola en la orilla, mientras estás ahí sentado comiéndotela con los ojos? – Dijo.
-¿Yo? No, no, no. De ninguna manera, yo no estaba comiendo con la vista a mi novia. – Le contesté
-¿Ah, no? Entonces… – Agarró un puñado de arena y amenazante dijo – Creo que sin querer te vas a manchar de arena.
-No serás cap… – Intenté defenderme sin éxito.

Se levantó y empezó a correr, la perseguí por la arena hasta que conseguí cogerla en brazos y acercándome al sol me metí un poco en el mar.

-Creo que sin querer te vas a mojar- Le dije sin poder contener una carcajada
-No, no, no, no. Para.¡Por favor! ¡Qué está muy fría! – Suplicó entre risas que no pudo ocultar.
-¿Por qué debería perdonarte? – Le dije curioso
-Te quiero

Retrocedí despacito y la volví a posar en tierra firme, de modo que quedé entre el sol, que en ese momento se ponía tras el océano,y ella. Estaba preciosa y me agarraba del cuello mirándome a los ojos. En ese momento saqué un pequeño paquete del bolsillo y mientras ella se daba cuenta de la situación fui agachándome para terminar apoyado sobre una rodilla.

– ¿Quieres casarte conmigo? – Y en el momento que lo dije me la imaginé ahí mismo, sobre la arena, con un vestido palabra de honor blanco.
-¡Sí, quiero.! -Se apresuró a contestar nerviosa y se abalanzó sobre mi haciéndonos caer sobre el agua.

«No sé cuanto tiempo pasamos en aquella orilla, pero sé que lo que en principio fueron horas, acabaron por ser años, y uno tras otro hemos vivido juntos, enamorados»

Deja una respuesta