Corría por aquel camino de tierra, sin saber a donde se dirigía, me mantuve callado, en calma, confiaba en ella, y no le iba a agobiar con una pregunta inoportuna, esperé, y al poco tiempo frenó el coche, haciendo crujir ramitas que colapsaban el suelo húmedo de esa zona fluvial. Ella se bajó del coche y sin siquiera cerrar la puerta caminó entre los árboles, hasta llegar a una orilla. Para mi todo aquella era nuevo, pero ella se mostraba demasiado confiada, caminó entre las rocas, y ya sólo el frío líquido la separaba de unos acantilados. Las vistas eran preciosas, allí la tierra se mantenía solemne, como si pudieran pasar los años sin que nadie pisara su lomo mojado por el deshielo. Ella se mantuvo estática, y esperé. Pasaron así unos interminables minutos hasta que abrió la boca.
-No lo sé
-¿Estás bien?
-Ahora mismo todo es perfecto
Me quedé callado mirando aquellos acantilados, un trozo de hielo corría Saane abajo… Caí en la cuenta «Los acantilados del Saane» «Los acantilados del Sarine». Desde hoy no olvidaría jamás ese lugar, y sabía que jamás volvería.
-Miriam. ¿Recuerdas los paseos por Zermat? ¿Recuerdas cuando sólo paré a mirarte y no dije nada? ¿Recuerdas cuando descendimos por el Cervino? Que me quitaste el hielo de las pestañas ¿Y el paseo en kayak por el lago Leman? Donde confiaste en mi y te lanzaste a nadar, aunque luego estuvimos 2 días en cama bajo las mantas por el resfriado. ¿Te acuerdas?
-Sí
-Para mi, Suiza son tus ojos