Segunda última cita

Lo supe con el primer sorbo,
de la primera cerveza.
Cuando, al saborearla,
mi mente, cayó presa de su sonrisa,
y de su manera infantil de entornar la mirada,
cuando, incrédula, dudaba si tomarme en serio.

Me gustaba tanto, que traté de prometerme que esa primera sería la última cita.

Pero…
Fueron 2 cervezas.
20 minutos de paseo acompañados de una interminable despedida.

Y al final un beso en el coche.

Y otro beso en el coche.

Y otro…

Hubo más besos que tragos de cerveza. Besos dobles, triples, besos de carrerilla, besos lentos, tragos, y aun no entiendo como no terminamos ese día con un nudo en la lengua, con un esguince, o con una rotura muscular en el estilohioideo, respiramos poco, nos saboreamos, nos sentimos, y sentimos un calor del que sólo nosotros dos fuimos culpables. Nos despedimos con el nudo en la garganta.

Y con un mordisco en los labios.

¡Y qué mordisco!

Que me hizo recordar durante todo el regreso a casa lo bien que sentaba su sabor en mis labios y las ganas que tenía de otro mordisco como ese.

Conduje a casa muriendo en su boca y no sabéis que larga se hace la noche cuando ruedas por la carretera durante una hora sin batería en el móvil y deseando escribirle:

– Lo he pasado genial-

– Quiero repetir –

O un sencillo: – Que descanses –

Debería haber sido la primera última cita.

Soy idiota

Llamémosle … Arantxa. Aunque podría también llamarse Nerea. Le invité a pasar una noche conmigo.

E idiota como yo, me dijo que sí.

Ninguno de los dos lo sabía, ni lo esperaba, pero esa noche, fuimos una especie de “nosotros”

Fuimos cómplices. ¡Y qué miedo! Porque si algo quiero, es eso.

No puedo escribir todo lo que pasó esa noche, porque si recuerdo sus ojitos, y sus dedos entre los míos, me enamoro. Y no estoy para juegos.

No quiero un amor de verano. Lo quiero todo.

Ella no sabía siquiera con qué cartas estaba jugando.

Segunda última cita.

Y sacrificamos el desayuno por un rato más de un extraño, pero familiar “nosotros”

Hubo de nuevo besos en el coche.
Besos que disfruté,
porque sé,
que ese es el sabor de la despedida.

Hay dos sin tres.

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