Sin pedir nada a cambio.

Paseaba nervioso, sin dirección fija, siguiendo siempre la costa y disfrutando del rugir del mar, eso le relajaba, le ayudaba a pensar. Sin darse cuenta volvió a meter la mano en el bolsillo, y ojeó el teléfono móvil.

«Te quiero.»

Eso decía el último mensaje. Lo había visto decenas de veces desde que lo había recibido y todavía no había encontrado las palabras para contestarlo. Tampoco ahora era capaz de pensar en ello. Notaba el viento en la cara, el frío en las manos y de nuevo, como cada vez que volvía a leer esas dos palabras, un escalofrío le recorría cada hueso y le erizaba cada pelo.

Quería dejar de pensar en ello, quería, pero no podía, no era capaz, no lo conseguía, había algo en esa mujer que lo volvía loco.

Giró a la derecha en la siguiente calle, necesitaba el mar, apuró el paso hasta darse cuenta que en mitad de la noche estaba corriendo por callejones buscando el mar, lo encontró, justo en aquel punto que, hacía años, le había ayudado a iniciar una historia. Con el corazón a cien se descalzó y se quitó la camiseta. Corrió hacia el mar y unos metros antes de su orilla frenó y caminó despacio. Notó la arena húmeda y fría bajo sus pies, vio venir la ola y sintió con placer como el mar lo llamaba … cómo el mar lo aceptaba, sin pedir nada a cambio.

Nadé en la noche de aquel mar oscuro y las olas me abrazaron bajo el manto de estrellas cuando le susurré un sincero «te quiero» a la luna.

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