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Capítulo undécimo.
El despertador se había rendido y habían cesado sus alarmas. Desbloqué mi teléfono y llamé a Flora. Deseé no escuchar el tono a través de la puerta y que simplemente hubiera salido y en ese momento no estuviese en casa. Aplasté mi oreja y aguanté la respiración … ahí estaba. El sonido del teléfono atravesó las estancias que nos separaban y, aunque lejano y débil, llegó a mi oído.
Aumentó la fuerza de mis golpes aporreando la puerta, un mal presentimiento se había alojado dentro de mi y se me erizó la piel.
– ¡Flora!- Grité.
EL grito y ruido de mis golpes hizo salir a uno de los vecinos, nos conocíamos solamente de vista y de mutuos – Buenos días – en el ascensor. Se extrañó de verme en su rellano y le expliqué la situación.
¿Deberíamos llamar a las autoridades? El 112 se encargaría de enviar a una patrulla de policia y a los bomberos.
Flora y Edelmiro no habían tenido hijos, en común. Sin embargo en una conversación pude adivinar que él tenía uno fruto de una antigua relación, cuando apenas cumplía la mayoría de edad,hacía ya más de 50 años, pero Edelmiro nunca hablaba de él. La familia de ella vivía toda en Córdoba, de la Edelmiro no conozco nada más.
Las autoridades estaban de camino, pero no había tiempo, si a Flora le había ocurrido algo los minutos contaban, y quizá ya había pasado demasiado tiempo.
Aquel hombre que me acompañaba dió unos pasos atrás, y con el impulso que le permitía adquirir el ancho del rellano se avalanzó contra la puerta produciendo nada más que un golpe seco.
-Así sólo conseguirás hacerte daño, estas puertas están blindadas – Le dije
-Había que intentarlo. ¿Qué hacemos? – Preguntó
-Quizá haya dejado una ventana abierta y podamos entrar. – Sugerí, adelantándome a la situación.
-¿Por la ventana? – Su cara me dió a entender que él no sería quien jugase a ser spiderman en la fachada del edificio.
– Vamos – Dije mientras ya corría por las escaleras.
Efectivamente. Flora siempre ventilaba la casa por las mañanas, aunque fuera invierno.
-Esa es la ventana que da al salón, está justo debajo de mi terraza. – Dije.
-Sí, pero dos pisos por debajo. ¿Cómo vas a bajar? – Preguntó
-Con tu ayuda, vamos.
Subimos corriendo a mi piso, en mi terraza todavía tenía los equipos de apnea que había utilizado antes de volar a París y que había dejado secando a la sombra después de endulzarlo.
– Esto aguanta 500kg – Le expliqué mientras daba varias vueltas al cabo que uso para bajadas en apnea sobre la barandilla haciendo así un nudo corredizo, continué pasando rápido el cabo a través de la barra de dominadas que había instalado cuando llegué a ese piso y que cumplía a veces la función de colgador para trajes de neopreno. Tiré fuerte, funcionará. – Me lo ataré como si fuera un arnés, y vas a dejar que el cabo vaya pasando poco a poco. Ten cuidado, si sueltas cabo demasiado rápido puede montarse y se bloqueará haciéndome quedar enganchado, tendría que bajar a pulso o… le hice un gesto que entendió perfectamente. – ¿Estaría confiando demasiado en ese hombre? Seguíamos sin escuchar sirena de ningún tipo. Al final es verdad que si llamas a la vez a la policia y a una pizzería… la pizza llega antes.
Me aseguré el cabo alrededor de mi cintura, piernas e ingle y lancé lo que sobraba por la fachada del edificio, retrocedí hasta que la tensión me impidió seguir.
-Vale, ahora poco a poco, como te expliqué, vas a ir dándome cabo palmo a palmo. – Miré hacia abajo y pude distinguir transeuntes deteniéndose y mirando hacia lo que estaba ocurriendo. Volví a asegurarme de que el cabo tenía tensión antes de pasar el cuerpo por fuera de la barandilla. – Poco a poco, poco a poco. – Me encontraba ya por fuera de la fachada del edificio, tenía los pies en la pared apoyados y las manos sujetas a la barandilla, descendí poco a poco, hasta que el cabo me frenó, solté un pié, solté el otro, aflojé la fuerza de una mano… – ¡Bien! Ya estoy en el aire, completamente colgado, sigue dándome, más. – Le dije aumentando el volumen de mi voz.
Ya podía ver frente a mi la ventana del cuarto piso, mi vecino lo estaba haciendo genial. Continuó haciendome descender hasta que ya estaba a la altura del tercero. Delante mía estaba el salón de Edelmiro y Flora, desde la posición en la que me encontraba no podía verla. Podía escuchar voces desde la calle, pero no llegué a distinguir que decian, me daba exactamente igual.
– ¡Vale! ¡Para! ¡Haz firme! – Se detuvo y estirando el pie conseguí hacer fuerza en el marco de la ventana, me arrimé, y una vez sujeto con las manos, pude apoyar los pies en un pequeño borde en la fachada. – ¡Estoy apoyado, dame un metro más! – Aflojó el cabo y pude entrar en el salón.
Me solté el nudo que me mantenía sujeto al cabo y corrí por la estancia. El piso es igual que el mío, salvo la terraza, pero tiene más metros de salón. Tras pasar por el recibidor giré a la izquierda, entré al pasillo que lleva hacia su habitación y no me hizo falta encender la luz, la persiana no estaba bajada del todo, pude ver la cama y un bulto bajo el edredón, estaba metida en cama, boca abajo, parecía plácidamente dormida.
Respiré aliviado al verla metida en cama. En ese momento comencé a percibir el sonido de las sirenas de policia entrando por la ventana. Apoyé una mano sobre el hombro de Flora despacio para no asustarla y la zarandeé un poco, no se despertó. En automático llevé la mano al cuello de Flora buscando la carótida, al tacto pude notarla más fría de lo habitual, aguanté la respiración.
No fui capaz de encontrar el pulso.
Moví el cuerpo de Flora colocándolo en posición «decúbito supino» seguía sin despertarse y volví a buscarle el pulso. A la vez acerqué mi oreja hacia su boca para poder oir y sentir su respiración, miré hacia su pecho que me parecía inmóvil y de fondo, sobre la mesilla, pude ver una caja de pastillas.
Me temblaba todo el cuerpo, quizá por eso no notaba el pulso ni la respiración. Me erguí y cogí las pastillas, cuando estaba leyendo la caja escuché golpes en la puerta. Me dirigí rápido hacia puerta mientras leía el nombre de ese medicamente. Dormodor, con ese nombre serán pastillas para dormir, como melatonina o algo por el estilo. Llegué al recibido y abrí la puerta, era el vecino acompañado de dos policia.
Abrí la puerta y la mirada que recibí fue de todo menos amable. Les señalé hacia el pasillo. – Al fondo a la izquierda, rápido. – Entraban con ellos dos personas que por el uniforme entendí que eran de una ambulancia. Miré a mi vecino – Creo que no respira. – Detrás del primer vecino se habían acumulado más, que por el ruído de las sirenas, y siendo casi la una de la tarde, se habían acercado para ofrecer ayuda, o empujados por el morbo. Hubo gritos ahogados.
Uno de los sanitarios salió corriendo por el pasillo y sin decir nada, atravesó el coágulo de vecinos y bajó por las escaleras. Fui de nuevo a la habitación de Flora, uno de los policías se giró al verme.
-Tiene pulso pero es muy débil, la llevamos al hospital – Dijo.
Ahí pude respirar. Di dos pasos y avancé hacia el técnico de la ambulancia, saqué la caja de pastillas del bolsillo.
-Toma, tenía esto en la mesilla.
En ese momento entraba el otro compañero con una camilla de ambulancia.
Llamé al teléfono de Flora, que sonó sobre la mesa de salón y me lo guardé. En el mueble de la entrada cogí las llaves que tantas veces me había dejado Edelmiro para bajar al trastero a por alguno de sus trastos, también las guardé mientras salía al rellano.
-Gracias- Le dije a mi vecino. – De verdad – Se la llevan al hospital.
Miré el reloj:
13:13
El horario de visitas del hospital Alvaro Cunqueiro había comenzado hacía trece minutos. Pensé en Edelmiro. Le llamé por teléfono con la esperanza de que quizá alguien respondiese a la llamada, sonó el tono 5 veces y saltó el contestador.
Noté la mirada de los vecinos clavada en mi.