(13) Sueño inducido.

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13
Capítulo décimotercero.

Supe que no podría resistirme a ese olor a café que estaba inundando la habitación. Dibujé una sonrísa mañanera mientras abría los ojos y con ilusión aparté el edredón que en ese momento me abrazaba a la cama. Era una mañana cálida y el suelo no estaba frío.

Sin encontrar las zapatillas abrí la puerta que se encontraba entornada, y tras media docena de pasos descalzos entré en la cocina, el sonido de sus «Buenos días» se mezcló con el último de los estertores de la cafetera terminando su trabajo. Respiré hondo.

-Buenos días – Contesté.

Ella estaba de espaldas, sujetaba con su mano derecha una taza de té que todavía humeaba y empañaba el cristal justo en el hueco donde vería reflejada su cara. Vestía una camiseta blanca que le quedaba grande, a modo de vestido, y su pelo claro, todavía despeinado, lucía como una enredadera hasta la parte baja de su espalda.

Mi vista continuó descendiendo, haciendo rapel sobre los últimos alientos de su columna hasta saltar a sus muslos desnudos, y desde ahí caer por su piel hasta sus pies, que, de espaldas a mi, me dejaron adivinar que vestían mis zapatillas.

-¿Qué tal has dormido?- Dijo al mismo tiempo que con su mano izquierda se apartaba el pelo, sujetándolo tras la oreja, y pude ver, de perfil, una sonrisa.

Pero… -¿Quién eres? Quise susurrar, ahogándose mi voz al tropezar con las palabras que no pude encontrar.

Un bache en la carretera hizo que golpease mi cabeza contra el cristal del autobús y encontrarme de nuevo en la realidad. Había sido solo un sueño, dentro de una más de las cabezadas que echaba para intentar que el tiempo corriese en ese viaje de 12h que terminaría en Bilbao.

Suelo disfrutar de los viajes por carretera, leo, escucho música, converso, y conozco, a veces, al pobre diablo que por suerte o por desgracia le ha tocado viajar acompañado de alguien como yo. Pero este no era el caso. El pasajero que se encontraba detrás de mi se encontraba descalzo y podía ver sus pies asomarse por mi izquierda, entre mi asiento y la tapicería del vehículo. Entre mi persona y el pasillo, se encontraba un indivuo cuyo idioma aparentemente pertecía a una lengua semítica y que disfrutaba de escuchar y enviar audios en voz excesivamente alta a las 3 de la mañana, parecía divertirse si tenemos en cuenta las continuas carcajadas que se le escapaban.

El resto de pasajeros era bastante normal, incluso le cogí cariño a una chica de pelo castaño que se encontraba sentada delante de mi, cuyo rostro no pude ver en ningún momento, pero que con descuidado disimulo, lanzaba colonia al aire para intentar ocultar el mal olor de los pies de mi vecino de atrás, a lo que yo sólo podía responder con un – Gracias. –

– Menudo viaje ¿Eh? Parece ser que no se acaba nunca. – Intenté entablar conversación con el vecino «de los pies» – Y todavía me quedan kilómetros. ¿Usted hasta donde va?

-Hasta Bilbao. – Contestó seco, dándome a entender que la conversación moría con esas palabras.

Volví a apoyar mi cabeza contra el cristal, deseando, en otra cabezada, volver a encontrarme aquella cocina blanca con olor a café.

Se endendieron las luces y el autobús hizo una parada que no duró mucho, bajaron pocos pasajeros, mi compañero escandaloso entre ellos, y desde mi asiento vi abrirse las puertas de la parte frontal. Habíamos recogido a un pasajero nuevo.

Abrí el libro a la altura del marcapáginas, y volví a sumergirme en las páginas de Justin Scott donde Peter Hardin intenta dar caza a Leviathan.

Todavía no habían apagado las luces, y por mi lateral vi acercarse a una mujer de pelo claro, rondaría la treintena de años, llevaba el pelo recogido, y por encima de un vestido negro llevaba una chaqueta de plumas. Me llenó de ternura ver como analizaba la manera de colocar la maleta en el portaequipajes, y busqué su mirada, para ver si se encontraba con la mia.

Le ayudé a colocar la maleta, que por su peso, podría incluso sospechar que dentro llevaba un cadaver.

-¿Te gusta el té? – Preguntó.
– ¿Qué? – Respondí rápido sin acabar de entender la pregunta – Sí, me gusta mucho. – Y de un termo, llenó un vaso y me lo ofreció.
– Prueba, a ver si adivinas de qué es.
– ¿No me querrás envenenar? – Protesté
– ¡Eh! – Sonrió, a la vez que me echaba la lengua – ¡Que va!
– He levantado tu maleta y sé que podrías llevar un cadaver ahí dentro. – Le miré a los ojos mientras le daba un sorvo al té – Ya sé de qué es, de agua y azucar, está muy dulce.
– Bueno, es que me gusta el té con miel.
– Con mucha miel
-Chi – Volvió a sonreir – ¿Pero sabes de qué es el té?
-Mmm de arándanos.
-No, es de albaricoque, miel, y lavanda.
-Está muy rico. Gracias. – Finalicé.

Saqué el teléfono,y busqué la conversación que mantenía con un amigo. Le envié un audio.

-Dani, si me ocurre algo, que sepas, que una mujer que ahora mismo me está mirando mientras te envió esto y sonríe me ha dado de beber té, dice que es de albaricoque, miel, y lavanda…
-¡Boh! – Dijo ella riéndose, y me sacó el vaso de la mano dándole después un trago. – ¿Ves? Ahora morimos los dos.
-Dani – Comencé otro audio de nuevo – La chica del té también ha bebido, salvo que se llame Julieta es posible que esté a salvo, seguiré informando.
-Me llamo … ¿Sandra? – Dijo fingiendo duda.
-Yo … no. – Respondí
-Hombre, me imagino, déjame el móvil.
-¿Cómo? – Me reí -¿Para qué?
-Para descubrir como te llamas.
-Vale, a ver como lo descubres – Le di mi teléfono.
-Dani – Dijo ella grabando un audio en la conversación que ya tenía abierta – Soy la chica del té. ¿Como se llama eñl señor con el que estás hablando?
-¿Señor? – Fruncí el ceño – No te lo va a decir.

Se quedó mirando el móvil, que en ese momento ponía: «Escribiendo»

«Escribiendo…»
«Escribiendo…»

-Agapito – Puso por fin.
-¿Agapito? – Se rió – Mentira, no te llamas así.
-Déjame tu móvil.
-¿Para qué?
-Voy a enseñarte algo y descubrir si me mentiste con el nombre. – La intriga se notaba en su cara, lo sacó de la mochila y me lo dió. Era un iphone.
– Siri. ¿Quién soy? – Esperé 2 segundos. – ¿Ves? Ahora sé que no que te llamas Sandra, y donde vives.
-¡Coño! – Dijo ella sorprendida – A ver… – Probó con el mio. – ¡Ya sé como te llamas! – Fue de nuevo a la conversación en mi teléfono y escribió: – Mentiroso. –

Nos reímos un rato y hablamos, una charla amigable, se quitó la chaqueta y la puso sobre sus piernas, tenía un tatuaje en uno de sus hombros, un pequeño velero de papel, le hablé sobre el libro que estaba leyendo y me lo quitó de las manos un momento. Aproveché para ojear mi teléfono.

-¿Te contestó Dani?
-Em… a ver… ¡Si! Le enseñé el teléfono – Y mala fue la hora en la que abrí la conversación, el mensaje ponía: «¿Está buena?» Bloqueé el teléfono al momento. Pero el momento ya era tarde.
-¡Oye! – Se le escapó una carcajada – ¿No le contestas?
– Mmmm – Mentí – No leí lo que puso, ya le contesto luego, que es de mala educ…- me cortó.
-Te pregunta si estoy buena. Contéstale. ¿No? – Y de nuevo su cara de intriga.
-¡Ah! ¿Sí? – Escondí el teléfono y escribí – ¡Ya está! ¡Contestado!

Mientras, en otro plano, alejado del mundo onírico en el que yo no era consciente de estar, sonaba el teléfono.

9:19 LLamando.
Número oculto.

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