Al pequeño Kim
Un bosque.
Un vasto, denso y oscuro bosque.
Dónde ruido asusta y silencio esconde.
El suelo vive y no hay camino.
¿Osas entrar al laberinto?
Un bosque.
Sientes el frío, el aliento del bosque
Camina, cada paso seduce y aterra
cada paso clama que des vuelta
¿Dejarás que te cubra su niebla?
Con el primer paso has perdido, tus sentidos se volverán locos, tu mente volará vacía y antes de que te des cuenta serás suyo, sin alternativa, porque sabes que si das la vuelta, encontrarás un camino yerno, una larga recta sobre el horizonte dónde nada nace, nada crece, y con nada podrías tropezar.
¡Ay! El bosque.
Oasis o infierno puede ser el bosque.
Refugio o carcel, paz o tortura.
Todo locura, o todo lo cura.
Tu guía, o la causa de perder el norte.
Y allí, entre las sombras cual tesoro, te aguarda, y la decisión es tuya. Atravesar frío, niebla, sombra, oscuridad y bruma, a pesar de tropezar, que te levantes y no huyas. O yacer inmobil, inerte, espectante, maravillado por la magnitud del bosque.
¿Sabéis lo que salir de un jardín y encontrarte un bosque?
Así era ella, un puto bosque frío y oscuro, y que en susurros decía: «Entra, que con mi luz te abrigo»