-¿Qué coño está haciendo esa mujer? – Le pregunté a Carlos
-¿Cual? ¿La de blanco de la orilla? – Contestó.
-Sí ¿Pero qué intenta, agarrar a un pato?
-Seguro, todo vale por el selfie. Ya sabes – Puso su cara de ironía y continuamos corriendo.
Corríamos todos los martes y jueves por Castrelos, a mediodía. Era un buen parque, bonito, y lo más importante, lo tenía enfrente de casa.
Media hora a buen ritmo y con buena compañía era todo lo que se necesitaba para arreglar los estragos de la oficina, y encontrar un punto de vista distinto si lo necesitabas. Y además Carlos era bueno en eso, le encontraba la comedia a todo. Era buena compañía.
Castrelos era un lugar curioso si ibas a la hora correcta. Amaneciendo recuerdo a una señora que paseaba a una iguana, recuerdo ver cosplayers inmersos en unos duelos medievales con recreaciones de armas de lo más pintorescas en gomaespuma, y joder, parecía divertido. Era un lugar muy transitado un uno de enero de nuevos propósitos, un lunes de empiezo a hacer deporte, y de las primeras semanas de junio para la operación bikini. Como si por correr durante 4 días iba a arreglar lo cerdos que nos ponemos en el invierno paseando por la calle Príncipe con más gofres en las manos de los que podemos sujetar.
Recuerdo también un momento en el que temí por mi vida. Cuando un dueño de un perro me gritó.
-Por favor. ¡Súbete al banco!
Venía hacia mi un bulldog inglés, parecía correr a cámara lenta a pesar de que su cuerpo hacía todos los esfuerzos por llegar hacia donde yo me encontraba. No puedo decir si tenía cara de ser agresivo, ya que en cada salto sus mejillas se le confundían con la frente, o las orejas.
-¡Que te atropella!
-¡Hostias!
La bestia venía hacia mi, imparable. La distancia que me separaba del banco se me antojaba ahora inalcanzable y mi única opción era confiar en mi agilidad y apartarme en el último momento.
Lo conseguí, a medias. El enorme cabezón del cánido impactó contra mi pierda derecha haciéndome por poco perder el equilibrio.
-Qué coj…
La bestia entonces giro sobre si misma y volvió a tomar rumbo hacia mi, consiguiendo esta vez sí, aunque ya a cámara lenta, realizar un impacto frontal. Una vez perdió velocidad gracias al golpe, se sentó, sacó la lengua, y me miró.
Mientras yo acariciaba a la criaturita con complejo de tren de mercancías apareció jadeando el dueño.
-Perdona. No sé que le pasa. Se me escapó y es que ve a una persona y no controla.
+No pasa nada, estoy bien,
-Yo lo llamo: Modo bombona de butano. Porque cuando coge velocidad no se le ven las patas, y con lo gordo que está…
Recuerdo que me estuve riendo aproximadamente 15 minutos, y no sé a cuanta gente se lo pude haber contado ese día.
Pero esto es una historia de amor.
Carlos siempre paraba a hacer estiramientos al terminar, y yo continuaba una última vuelta, la vuelta rápida. Me despedí de él con una palmada en la espalda y continué mi marcha.
Ahora que me encontraba solo, mi atención se concentraba en los movimientos de la misteriosa chica del jersey blanco. Seguía al borde del estanque de los patos y hacía movimientos raros, parecía tener una pelea muy particular con la barandilla. De pronto se agarraba a ella y estiraba una pierna hacia el agua, o metía un empeine por debajo de la barandilla y lo que estiraba era el brazo.
-Cada vez los yoguis hacen cosas más raras, todo vale por el selfie– Pensé
Me encontraba a cada segundo más cerca de ella, creo que apenas nos separaban 20m cuando el empeine le resbaló de la barandilla de madera.
Y se cayó de bruces, salpicándolo todo, al estanque.
Aceleré mi paso los últimos metros para de un salto pasar la valla, y metiendo los pies en el barro llegar hasta donde ella se encontraba para ayudarla a incorporarse. A pesar de no verse el fondo por la suciedad del agua la profundidad no pasaba de un metro.
-¿Estás bien? – Le pregunté
-Sí. Sí. Tranquilo, sé nadar.
-Ponte de pie, el agua sólo llega por la cintura.
El pelo mojado le tapaba media cara, el jersey flojo que llevaba ya no era blanco, sus labios color rosado estaban empapados y sus manos, al sujetarse a mi brazo, cálidas.
¿Y qué hace una mujer, al caerse a un estanque sucio, empapada y con el barro hasta la cintura, agarrada al brazo de un desconocido, un jueves al mediodía?
Ella se rió. Y yo… me enamoré.
-Estás empapado- Me dijo.
-Bueno, me iba a pegar una ducha de todos modos
Le ayudé a salir y nos sentamos en la barandilla, escurriéndonos un poco.
-Me llamo Sandra – Sonrió
-Encantado, yo me llamo David. ¿Qué estabas haciendo?
-Coger esto – Y me enseñó un trébol de 4 hojas.
-Anda, un trébol acuático, nueva especie de alga – Bromeé con ella.
-Lo apoyé un segundo en el suelo y el viento lo empujó al agua – Me costó mucho encontrarlo.
-¿Y para qué quieres un trébol?
-¿Da suerte, no? – Y me fijé en ella. El pelo alborotado, llena de barro hasta las orejas, el rímel corrido, el jersey pegado a su cuerpo dibujando su figura, y una sonrisa en los ojos.
-Sí- Mentí. Estaba seguro de que en ese momento toda la suerte del mundo fue mía.
-¿Vives cerca? – Le pregunté.
-En Nigrán. Me ha traído mi padre e iba a volver en autobús.- Se levantó y caminó tres pasos para recoger una mochila que estaba apoyada en el tronco de un arbusto. – He venido a la biblioteca.
-Igual no es el momento, ni el modo, pero ¿Quieres venir a mi casa, te pegas una ducha, y luego te llevo hasta Nigrán?
-No quiero molestar, puedo ir caminando. – Contestó.
-De verdad que no me importa, es más, me molestaría que no aceptases una ducha, eeemmm, hueles mal, a caca de pato.
Caminamos los doscientos metros que separaban el parque de Castrelos de mi portal. Carlos ya se había marchado y a cada paso notábamos las miradas de la gente que se clavaban en «este par de locos» encharcados y llenos de mierda, parados en un semáforo.
Le abrí la puerta y nos metimos en el ascensor.
-Gracias, de verdad – Dijo mirándome para romper el silencio.
-Es lo menos que puedo hacer, menudo susto.
-Bueno, necesitaba un poco de suerte.
-¡Claro! ¡Y ahora te vas a duchar en casa de un desconocido!
-Soy cinturón amarillo de Taekwondo – Y ambos, nos reimos – No, en serio, de verdad, ¡Uh! – Y me hizo un gesto con las manos que me recordó a Jackie Chan.
Llegamos al rellano y me descalcé, dejando el calzado fuera, mientras introducía la llave en la cerradura le indiqué – Espera aquí un segundo, si ves un animal negro que corre hacia ti, no muerde, es Hera – corrí por la casa en busca de una tina, abrí la ducha para que el agua fuese calentando y volví a la entrada. Estaban las dos juntas.
-¡Qué buena es! – Me dijo acariciando a Hera. – Es monísima.
-Sí, suerte que no sale al dueño – Bromeé – Anda, mete aquí los zapatos y ve corriendo a la ducha.
Se descalzó y entró en casa escoltada por mi perra. Antes de que cerrara la puerta del baño le dije: – Ahí tienes toallas, mete el resto de la ropa aquí, que en una hora la tienes limpia y seca,
Mientras ella se duchaba fui a mi habitación a buscar ropa que le pudiese servir. Tenía en el último cajón un juego de boxer talla XS que me quedaban minúsculos. Un fallo de cálculo en unas compras la última vez que fui a Primark. ¿Nunca os ha pasado?
Encontré una camiseta talla también XS que era la última que quedaba de un campeonato de apnea donde al reparto de camisetas llegué último. Cogí una sudadera mía y un pantalón de chándal. Le quedaría todo enorme, pero frío no iba a pasar. A esas horas tenía la calefacción apagada y esto, aunque todavía otoño, seguía siendo Galicia.
Di 2 golpes en la puerta, y escuché que cerraba el grifo: -Te dejo aquí ropa para que te vistas, voy a pegarme un agua yo también – Me di una ducha rápida en el otro cuarto de baño, y salí a preparar la comida. Tenía tallarines caseros que había dejado cocidos del día anterior, y para no complicarme simplemente troceé algunas verduras para preparar un pisto.
-¡Que bien huele lo que sea eso! -Escuché decir en voz alta a través del pasillo- No me quedan tan mal ¿No? – Y me volteé para grabar en mi cabeza una imagen que jamás olvidaré – Me gustan, son cómodos – Se meneaba y giraba sobre si misma como si fuese una modelo vestida con una camiseta de apnea y ropa interior de hombre.
-¿Te gusta la pasta? – Pregunté.
-¿A quién no le gusta?- Dijo ella elevando las manos, y la camiseta se le levantó lo suficiente como para ver que llevaba un piercing en el ombligo.
-Anda, abrígate un poco más, que la calefacción tardará en calentar, y tienes el pelo mojado, no tengo secador de pelo, lo siento. Comemos, así termina la lavadora, meto la ropa en la secadora y ya te llevo.
-Está riquísimo ¿Lo hiciste tú?
-Sí, verduritas de la huerta, y pasta casera hecha a mano.
-¿Receta de la mamma?
-No, receta de la internete. Pero está rica.
No paramos de conversar mientras comíamos, ella me habló de su familia, de su trabajo, y de que le gustan mucho los minion. Yo preparé café, y continuamos hablando en el sofá, relajados. Sandra estaba en una esquina del sofá, de rodillas, y acariciaba a Hera que se había dormido junto a ella.
Terminó la lavadora.
Ella me miró, yo la miré. Hera roncó.
Nos reímos y comenzó a hablar de nuevo. Era nuestra primera cita.
Ambos necesitábamos un poco de suerte. 🍀
Ayyñññ siiiiii. Quiero saber qué fue de Sandra y un sospechoso David que tiene una perra llamada Hera.