14
Capítulo décimo cuarto.
Desperté sobresaltado, el cuerpo me dolía, sentía un entumecimiento y una debilidad extremas y antes de conseguir abrir los ojos noté una superficie extraña debajo de mi. Me dolía la cabeza y notaba mucho calor en la espalda, estaba destapado y al mover los dedos de las manos buscando la almohada descubrí un tacto extraño.
Abrí los ojos y pude confirmarlo. Estaba tumbado en la arena, a la orilla del mar. A pocos metros de mi pude ver una vegetación que se me hacía rara, y cuando una pequeña ola me alcanzó los pies, también la temperatura del agua me resultó desconocida.
¿Dónde estaba? Traté de recordar como había llegado hasta ahí. Me levanté torpemente de la arena y caminé hacia la vegetación unos pocos metros buscando sombra para volver a sentarme, la debilidad me impedía mantenerme de pie, sorprendido, hallé refugio del sol bajo un cocotero.
Al apoyarme contra el tronco un escozor intenso me hizo descubrir que tenía los hombros y la espalda completamente quemados por el sol, también los gemelos debido a ir en pantalón corto. Al revisarme pude ver que tenía el cuerpo completamente lleno de contusiones y rascazos. ¿Qué había pasado?
Me vi extremadamente delgado y con un tono de piel más propio de verano. ¿Qué estaba pasando? Me llevé las manos a la cabeza para obligarme a concentrarme en recordar y en ese momento vi lo que a priorí me pareció una mancha negra en mi antebrazo izquierdo. ¿Qué es esto? Froté. Era un tatuaje. Una especie de coral que rodeaba con sus ramificaciones y pólipos una palabra.
CÍES
¿Cíes? ¿Las Islas Cies? No entendí nada. Me froté los ojos y suspiré. Revisando el tatuaje pude ver que gran parte de él estaba cubriendo una cicatriz que me llegaba de la muñeca hasta el codo. Rocé mi piel con la yema de los dedos y un reflejo me hizo apartar el brazo, como si todavía doliese. Parecía curado.
En el horizonte no destacaba nada más que la inmensidad del mar, corría una brisa agradable, y la temperatura era tropical. Por la altura del sol concluí que era cerca de mediodía. Hizo un esfuerzo enorme por obligarme a pensar.
Palmeé mis piernas a la altura del muslo buscando descubrir algo en mis bolsillos. Nada. Miré hacia la marca de arena que había dejado en el lugar donde me desperté, no había pisadas ni rastro alguno. Parece ser que fue la marea quien me dejó en este lugar. ¿Dónde estaba?
Busqué más novedades en mi cuerpo, pero, salvo el tatuaje, todo parecía estar tal y como recordaba. Calculé, a pesar de mi poco pelo, que me habría rapado la cabeza hacía dos o tres semanas, y al acariciármelo descubrí un chichon que parecía reciente.
A mis pies pude ver el fruto del cocotero donde me encontraba resguardado del sol. Reaccioné.
Había una cosa que era urgente, y era conseguir agua. La boca seca, la sed, y el mareo me indicaban que estaba deshidratado. Me erguí y caminé en busca de algo que era evidente, algo con lo que abrir un coco.
Mientras caminaba buscando una herramienta que me hiciera la función, fui recolectando media docena de cocos que lancé de modo que quedaran cercanos unos a otros. Al caminar pude ver que la playa donde me encontraba era de origen coralino y encontré varias piedras de origen volcánico. Serviría.
Golpeé las piedras entre sí hasta que al rompe, encontré una que hacía un ángulo más agudo que el resto. Clavé la piedra en la arena semienterrándola, dejando la arista hacia arriba, y apoyé el coco en la punta. Con otra piedra fui golpeando el coco hasta que, poco a poco, fui quitando la capa externa hasta conseguir perforar el interior. Bebí hasta la ultima gota, no sólo de ese coco, sino, de tres más.
Una vez terminado el último, lo golpeé más fuerte para romperlo completamente y poder acceder a la pulpa blanca interior, rica en grasas y calorías. Lo necesitaba.
Me senté a disfrutar de la única comida que tenía. ¿Cuánto tiempo llevaría sin comer? ¡Lo que daría ahora mismo por un donut de chocolate! Pensé. ¿Dónde estoy?
Encontré un pequeño palo, de apenas un palmo pero de forma recta, después de jugar con él en la mano lo clavé en la arena, bajo el sol. Pude observar que el palo no ofrecía sombra alguna, este fenómeno solo puede ocurrir a mediodía, en latitudes comprendidas entre el trópico de cancer y el de capricornio. Me acerqué caminando hasta la orilla mientras todavía mantenía un trozo de fruta entre mis manos. Caminé hasta donde el agua me cubría hasta la cintura y no me hizo falta más. Un solo vistazo a la fauna y flora que tenía a pocos metros me hizo darme cuenta al instante. Estoy en el Pacífico.
Pensé, y me di cuenta de que no tengo ni la más ligera idea de qué día es, no sé tampoco la estación del año.
El cansancio y el dolor físico me impedían investigar más allá, necesitaba, de momento, descansar y recuperarme un poco. Caminé despacio buscando aprovisionarme de más cocos, y arrastré también unas hojas de aquellas palmeras hacia una esquina de aquella playa, a la sombra, después de asegurarme de que la ley de la gravedad no haría caer ningún coco sobre mi cabeza. Cerré los ojos y me dispuse a dormir.
Ella otra vez.