(1) Va a salir bien

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Capítulo primero.


Prólogo: No hay prólogo, comienzo esto sin rumbo,
sin destino, y sin un desenlace.
Estás invitado/a a formar parte de esto, juntos.

«Sólo tiene que salir bien una vez.» Tenía esa frase en bucle en mi cabeza desde que mi avión despegó con el asiento de al lado vacío. Apenas había conducido unos kilómetros el coche de alquiler entre Charles de Gaulle y el apartamento que pude encontrar a última hora. Dejé el coche en doble fila y una vez realizado el check-in volví sumergirme en el tráfico hasta el parking de la escuela militar. Sonaba Benson Boone en los cascos, y después de saltarme esa canción, y las dos siguientes, eché a andar.

«Sólo tiene que salir bien una vez, sólo…» – Gire a la izquierda a 50 metros – Salí de mis pensamientos y empecé a fijarme en aquella acera, lisa. – No hubiera estado mal haber traído los patines – Pensé, y vi mi reflejo solitario en el escaparate de una beauty room decorada con dos columnas jónicas en la puerta, continué los pocos metros que me quedaban y giré a la izquierda, hacia la calle Savorgnan de Brazza. Que resultó ser un explorador de origen italiano del que no sé nada más.

No tardé en recorrer los metros de aquella pequeña calle, y llegué el parque. El Campo de Marte en invierno está menos concurrido, pero aun así, los árboles eclipsaban el horizonte y seguí caminando.

Ahí la pude ver.
Mi cita.

Y aunque llegué tarde, hay cosas que conseguimos al segundo, quinto, o vigésimo tercer intento.

Caminé hacia ella, nervioso, observándola de lejos, pensando en el espectáculo que sería una manta de picnic de cuadros rojos sobre ese cesped verde y seis intentos para sacarnos una foto que nos gustase a ambos. Paré.

«Sólo tiene que salir bien una vez»

El monumento a los derechos del hombre es feo de cojones. Columnas dóricas. Seguí caminando, aumentaba la cantidad de gente a mi alrededor. Ya podía verla.

Llegué tarde. Pero ahí estaba.
Dos mil trescientas cincuenta y dos horas tarde.
Un millón cuantrocientos mil de nuestros mejores besos tarde.

Eso son 2093 besos por cada escalón de los trescientos doce metros de torre que tenía enfrente.

«Aquí sólo falta un poco más de metro y medio» – Pensé

Y en ese momento, allí, a unos cientos de metros de la base de la Torre Eiffel di la vuelta.

Subí el volumen de los cascos, y volví al apartamento.


Esta vez me puse de los últimos en la cola de facturación, casi todo el pasaje estaba ya sentado, ayudé a una mujer a colocar su maleta en el portaequipajes y llegué a mi asiento.

A mis dos asientos. Dejé el de la ventana libre.

Despegamos, y después de volver a encenderse las luces saqué mi libro, me quedaba poco para terminar una segunda lectura que hacía de un libro de J. Verne. – ¿Te importa si…? – Escuché una voz femenina por encima de la música que salía de mis cascos.
-¿Perdón? Dime, estaba con los cascos.
– Hablas español – Me dijo señalando al libro. – ¿Te importa si me siento en la ventana?
– No, no, adelante, toda tuya.

Se sentó a mi lado. Mediría poco más de metro y medio, llevaba un gorro de lana con pompón, las mejillas coloradas y la punta de la nariz roja de frío.

-¡Allí está! ¡Mira! ¡La Torre Eiffel! ¡Se puede ver desde aquí! – Decía excitada mientras me daba golpes en el brazo – Qué pena no poder verla más de cerca – Sonreí al notar su felicidad.
-Bueno, si te consuela, yo me he quedado a escasos metros y me he dado la vuelta –
-Tenemos que volver – Dijo, y se giró de nuevo hacia la ventana, perdiéndose en el paisaje de París, encogió sus piernas subiendo los pies al asiento, quedándose como una pelota y la manga del pantalón se levantó un poco dejando ver sus tobillos, y allí pude ver un frase tatuada.

Sólo tiene que salir bien …


… una vez.

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