El iris selva de sus ojos.

Siempre he sido malo para los títulos.

Quizá,

la canción que imagino de fondo se convierta en nuestra canción favorita.

O quizá, el viento la aleje de sus oídos y termine naufragando tarareada en mi boca recordando su sonrisa mirando al mar.

Que siempre he sido de aguas azules,

lo sabéis.

Pero es el color selva de sus iris el que me quita el sueño, y no el calor.

Nunca le diré que me da miedo.

Que me hace sentir pequeño.

Que tiemblo.

Que no sé que hacer.

Que sé yo.

No va a ocurrir.

Y no le digáis que ya he sido suyo con dos frases. Que quiero su selva salvaje. Ofrecerle mi mano para caminar entre los árboles. Su bosque. No encontrar excusa para soltarla, esperarla, acercarla, y nadar en sus labios agarrándola de la cintura para sentirla mia. Atarme a ella. A la deriva de ella. Dejarme llevar por unas horas. Por ella. Perder el control. Hacerle el amor a la sombra y hasta que salga el sol, susurrándole cada día un buenas noches, y fabricar juntos el mejor de nuestros días, día, a día.

Y hacer café.

Y de nuevo el amor,

con ella.

Caminante, no hay camino, haremos camino al amar.

Así que me ataré las botas.

La gorra recta.

Sin miedo a dañar mi piel.

Y a machete.

Que a la guerra se va de corto.

Deja una respuesta