Kopi Luwak

Hacía calor.

No era producido por una alta temperatura de Julio, no.

Era hogar, con un recuerdo a zapatillas en el suelo y sólo una pierna bajo la manta.

El paseo de más de una hora en coche estaba tejido de canciones desafinadas, de letras inventadas…

-Se equivocó la canción- Decíamos entre risas – Otra vez – Y otra mirada cómplice.

… de nuestras manos orbitando sin llegar a tocarse.

Caminábamos por un camino de tierra compacta, al borde del río. El humo del agua caliente crecía hacia el cielo hasta perderse, y una luna a pocos días de estar completa nos acompañaba.

Quizá, en ese momento, los dos éramos un poco más torpes y a veces nuestros pasos convergían provocando un ligero choque entre nuestros cuerpos.

Háblabamos de todo.

Y de nada.

Todo y nada.

-Hay cosas que no dan pié a escribir bonito. – Me dijo

-No, ponme un ejemplo.

-Hay un animal que come granos de café, y después, cuando «salen» se hace café con ellos, no recuerdo el nombre.

Y mientras ella seguía caminando, recordando el nombre, le di la razón.

Porque, no lo sabéis. Pero esa noche, da igual por cuantas civetas hubieran pasado los granos de kopi luwak qué, molidos, hubieran hecho el café que llenase mi taza. Porque por muy intenso, por mucho aroma que tenga, por caliente que esté… Quedaría eclipsado por el intenso y caliente tacto de sus labios. Y ante tal competidor, he de darle la razón.

No hay forma ninguna que un café, sea cual sea, vaya a quitar protagonismo ni al más pequeño y efímero de sus besos.

Eso es lo bonito.

Y el café, es café.

Deja una respuesta